Gracias, Dios,
por no darme alas,
pues gracias a eso
he andado despacio,
he visto al mundo
desde lo más bajo,
y cuando ha habido fuego
he tenido que hacer
mucho, mucho más,
que simplemente esquivarlo.
Si yo hubiese nacido
allá entre las nubes,
sería leve, blanca y pura,
pero infinítamente insípida.
Estaría harta de la lluvia,
y si anhelase algún día
revolcarme en el sucio lodo,
no sabría apreciarlo
pues lo haría por rebeldía.
Gracias, Dios,
que conozco ese lodo,
para poder reparar también
en su hermosura.
Qué fortuna es
no pertenecer al cielo,
pues gracias a ello
amo a la lluvia
y me apasiona el viento,
que, halagado,
pega en mi cara,
diciendo:
"Niña, si volaras
serías tonta como pájaro
y no se me antojaría
compratirte mis secretos,
"niña, tú no vuelas,
y por eso tu corazón se eleva
y sobrepasa a las nubes
para ir a hablar con las estrellas"
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